viernes, 29 de octubre de 2010

Sensaciones, escribe David Metral

La primera visión-ensueño que vino a mi cabeza al enterarme de la muerte de Kirchner fue la de una ruta semi desierta, con las señales de tránsito algo borradas. Mucha gente se acercaba a sus orillas para observar el rumbo de circulación, interrogándose en silencio por su devenir. Pero no estaba en sus intenciones cortar la ruta. No era la suya una actitud de protesta, al menos no de la que se expresa con rabia reivindicativa. Simplemente eran hombres y mujeres que esperaban comprobar el sentido del tránsito predominante, como sintiendo involucrada en ese rumbo una parte de su destino.
Sin pretensión de paralelos en orden de importancias históricas ni políticas, también recordé un mediodía de julio de 1974: sentado a la mesa del Comedor Universitario, comía en silencio antes de ingresar a clases cuando uno de los ordenanzas que servían la comida se adelantó a una de las cabeceras del inmenso salón y entonces todos pudimos escuchar el grito de cinco palabras en cuyo sentido se encerraba el temor de muchos y la secreta alegría de algunos: “ ha muerto el General Perón”, dijo aquel trabajador, escupiendo de su voz unas arenas desgarradas por la angustia.
La angustia de quien siente vacilar su ancla identitaria, su apellido social, los lazos fraternales que habilitan una convivencia normal y equilibrada del colectivo nacional, aún en medio de climas turbulentos. La angustia de quienes temen advenir un paulatino murmullo de comadrejas, un socavar de topos en época de ferocidad, un advenimiento de chacal cebado. Y peor aún, como si comadrejas, topos y chacales surgieran del propio ceno familiar. Y algo así sucedió para mal de todos.
En aquella circunstancia, la de 1974, el pueblo eligió el repliegue, la expectación azorada por la pérdida gigante, por la despiadada disputa entre los herederos de unos bienes de inestimable valor, que estaban naturalmente destinados a todos, porque era este destino de compartir, la razón de ser que los había unido.
Aquella unidad popular, que con el pasar del tiempo nunca volvió a solidificar, hoy ha perdido una de sus fraguas. Deberán suplirla una líder (ahora clara e indudable) que ha demostrado temple y frialdad en momentos duros. A la que no será sencillo arrear a posiciones de compromiso con el poder hegemónico; y un pueblo, que luego del silencio obligado que impondrá el duelo, deberá elegir las claves de su destino próximo mientras asiste al tironeo despedazante de cuatro caballos dispuestos a quedarse con un pedazo de Tupac Amarú , con una parte de nosotros mismos.
¿Lo permitiremos?

David Metral

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